viernes, abril 11, 2008

Viaje de regreso


Un autobús plagado de personas. Más o menos cómodas. Algunos sentados, otros de pié, ojeando la ciudad o algún periódico. Mujeres y hombres mezclados. El autobús se dirige a... ¿Qué importa eso? Algunos hablan. La mayoría calla.

De repente, un hombre. Vestido de negro todo. Comienza a hablar. En voz alta. ¿Qué ocurre?

Al principio nada. Todos siguen a lo suyo. Pero en breves momentos algo cambia. El tono de su voz no denota locura. Muy al contrario tranquilidad. Camina despacio, agitado por los ires y venires del vehículo. Pero seguro. Habla mirando directamente a los ojos de cada uno. Alternando la vista, repartiéndola casi por tiempos iguales. Entonces la gente, gentes impersonales, comienzan a mirar al caballero.

No sólo lo miran. Lo escuchan. Les habla de la vida. De ese autobús y de ese momento único en el que un puñado mira y escucha a uno solo. Sigue avanzando hacia delante, lentamente. Sigue hablando y mirando, y los demás mirando y escuchando.

El tiempo se detiene y nadie sube ni baja del autobús. Los baches han desaparecido. El señor sigue hablando. Cuenta su historia de un modo extraño, particular. Algo místico vive en él, en su forma de contarlo. ¿Qué cuenta? Eso es lo de menos. Simplemente habla y le escuchan atentamente. Observan sus gestos, sus cejas pobladas, sus colores claros pastel, su calidez.

Lentamente llega hasta el final. Es el final del vehículo, el final de sus palabras y el final del trayecto. Todo se detiene en ese momento delante de una joven. El hombre la mira fijamente, más de lo normal. Ella lo ha seguido desde el principio de su discurso. Lo ha entendido.

Ella llora. Se da cuenta. Llora. “Hoy no voy a morir”, piensa. Ha entendido lo que ocurría. Tomó el autobús con la mente puesta en un puente, abandonado, como ella. Abandonado al paso del tiempo. Una idea ya desterrada. “Hoy no voy a morir” El resto del grupo también entiende interiormente que algo ha cambiado. Ven a la chica llorar suavemente. Poco a poco el ruido vuelve a apoderarse del lugar.

El primero en bajarse del autobús es el hablador. Gorra calada, negra también. Antigua. Los demás salen también. Algo ha cambiado, han entendido. Un día más.

La chica sale la última y con las manos en los bolsillos, llega al puente. Elige tirar por él una piedra. Regresa entonces a coger nuevamente el autobús. Otras personas, otros ruidos. Otro camino. En su pensamiento aquel hombre vestido de negro, todo negro.

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