sábado, marzo 28, 2009

Ajedrez


No había grano suficiente en el reino, y posiblemente en todos los reinos de los alrededores, para satisfacer el premio del anciano…



Hay quien dice que el Ajedrez lo inventaron los Árabes. También hay quien dice que viene del nuevo continente, de civilizaciones lejanas, o de la India. No tienen ni idea.


Los más antiguos y sabios cuentan que había una vez un rey, en un reino lejano, muy al oriente. Este rey era inmensamente rico y su reino abarcaba más allá de las montañas más altas y hasta llegar al mar.


Este rey ya no tenía con quien guerrear, ni preocupación por su descendencia, ni hambre, sed o sueño que saciar. Conocía todos los placeres terrenales, y no pocos divinos. Era, por tanto, un rey feliz… ¿o no? Era más bien, un rey aburrido.


Tal era así, que un día lluvioso y gris, de esos de estar dentro del suntuoso castillo, reunió a todos sus consejeros y les dijo “Soy feliz, y creedme, no es para tanto. Estoy… aburrido. Llevo aburrido tanto tiempo que acabo de caer en la cuenta de que ya no me divierte ni el intentar recordar cuánto tiempo llevo aburrido… Como veis estoy Realmente Aburrido”


Los consejeros, lógicamente temerosos de un rey aburrido, debatieron y después propusieron al rey una solución. Se convocaría en todo el reino a los mejores artistas, inventores y pensadores, a los más afamados cocineros. Cuentacuentos, danzarines y malabaristas, domadores de leones, tragafuegos, bufones, meretrices, trovadores, encantadores de serpientes, jardineros, equilibristas. Bestiarios, magos, brujas, mentalistas, titiriteros, ilusionistas, marionetistas, regurgitadotes de insectos, escribanos, saltimbanquis y arlequines, buscavidas, coristas, aventureros… Al que más divirtiera al rey se le daría una justa recompensa.


Así se hizo y todos en el castillo se pusieron manos a la obra. En pocos días la noticia voló y voló por todo el reino, e incluso más allá.


A las pocas semanas el rey comenzó a recibir las visitas, sentado en su trono, ataviado con las mejores galas. Delante de él desfilaron todos, uno por uno. Increíbles inventos de máquinas voladoras, magos que desaparecían y aparecían en un tonel, bellas doncellas contorsionistas, grandes bufones, contadores de acertijos, animales exóticos, grupos enormes de músicos que tocaban instrumentos nunca antes vistos y emitían música celestial, encantadores de burbujas de jabón, sopladores de nubes, gemelos que imitaban mirarse a un espejo, bailarines de seda, plantas carnívoras, peleas a cuchillo con monos, tañidores de liras… Ninguno lograba divertir al rey. Algunos incluso lo hacían enfadarse tremendamente.


Cuando todos habían mostrado sus artes al rey y las esperanzas estuvieron ya perdidas llegó un anciano, vestido con una especie de túnica y sombrero amplio, todo marrón. Le presentó al rey un juego, un juego aparentemente sencillo en el que un ejército se enfrentaría a otro para intentar matar al rey… “Se llama Ajedrez” dijo el viejo. El rey mostró cierto interés levantando una ceja. Cuando el viejo y el rey jugaron y éste último fue derrotado en sólo siete movimientos, el rey pidió una segunda oportunidad. Después pidió una tercera, y luego una cuarta.





Tres días después el rey seguía jugando y aprendiendo a jugar con el anciano, que resultó ser un gran sabio… El rey, que ya había olvidado a todos los anteriores, ilusionado y por primera vez divertido en mucho tiempo, le dijo al anciano que él era el ganador. Debía entonces pedir lo que quisiera, puesto que el juego que le había traído era, sencillamente, genial. Simple y complejo al mismo tiempo.


El anciano sabio le dijo al rey algo que lo sorprendió enormemente. “Quiero grano”. “¿Grano?” –dijo el rey. “Si, grano, grano de cereal. Ponga en la primera casilla del tablero un grano y en la siguiente el doble de números de granos, y así sucesivamente”.


El rey echó a reír y estuvo riendo muchas horas, casi un día entero. ¿Cómo un anciano le pedía granos de cereal cuando podía pedir lo que quisiera? Si fueran pepitas de oro lo entendería, pero ¿Granos de cereal?


Comoquiera que el anciano insistió, el rey no tuvo más remedio que llamar a sus consejeros para que, ante él y el anciano, cumplieran los deseos de éste último. Comenzaron poniendo un grano en la primera casilla, dos en la segunda, cuatro en la tercera y así… Hasta que se encontraron con un problema.


Uno de los consejeros se acercó al rey y le susurró al oído que existía un grave problema con el premio del anciano. ¿Qué ocurría? El consejero le explicó que habían tenido que consultar a los matemáticos más renombrados de la corte, a los científicos más ilustres… Todos habían llegado a la misma conclusión, por increíble que pareciera.


No había grano suficiente en el reino, y posiblemente en todos los reinos de los alrededores, para satisfacer el premio del anciano…

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