martes, mayo 27, 2008

Fondo a negro

Todo se tranquiliza por momentos, algunos de los que están en el escenario son familias completas, que se abrazan, otros están solos, otros tienen lágrimas en los ojos, otros no. Sólo se oyen sollozos. Entre el resto de personas, algunas ayudan a incorporarse a otras, otras siguen desmayadas, otras simplemente miran al escenario con pena, con horror, con indiferencia.

"En el año 2004 murieron en las carreteras españolas 4.741 personas" con letras amarillas.

En un paisaje semi-desértico, con pequeñas montañas al fondo. Todo muy grisáceo, con nubes oscuras que amenazan lluvia. Vemos en el centro de la imagen lo que parece un Estadio de fútbol enorme, de aspecto ovalado, aún lejos en la imagen, parece rodeado de una multitud. La imagen no tiene una nitidez absoluta, parece como difuminada a propósito.

Efectivamente se trataba de una multitud que se dispone a entrar en el Estadio. Todos están guiados por lo que parecen unos guardias de seguridad, de aspecto militar, vestidos de gris, con cascos con visera, guantes, botas y porras o palos. Entre la multitud hay personas de todo tipo: familias completas con hijos menores, incluso bebes, ancianos, jóvenes, adultos, y parecen de muchas nacionalidades, pero la mayoría de aspecto occidental, muy de aquí. La imagen sigue muy gris, y apenas pueden distinguirse los colores de las ropas. La multitud se mueve nerviosamente hacia dentro, pero algunos quedan fuera, esperando porque los guardias no los dejan entrar y les gritan, y ellos también gritan, todo sin oirte nítidamente. Música de violines de fondo.

Van entrando por la puerta, algunos recelosos, agolpándose, ante la actitud casi violenta de los guardias que los conducen, que tienen prisa.

En cuanto al sonido, se escucha el murmullo de la multitud, y algún grito esporádico a lo lejos, todo muy ruidoso, pero no estridente, y los violines de fondo. Las nubes siguen presagiando tormenta.


Ya dentro, aparece una enorme habitación también gris, casi traslúcida en el techo en forma de cúpula de cristal. La habitación termina de llenarse de personas y los guardias custodian ahora las salidas que parecen como túneles con puertas de metal todavía abiertas. En uno de los lados menores del rectángulo redondeado que es la enorme y austera habitación, puede verse una especie de escenario, bastante grande. Fuera queda todavía mucha gente que no ha entrado, que espera. Comienza a llover sobre ellos, que miran al cielo con resignación. Ya no hay música de violines, desde que las puertas se cerraron.

De uno de los extremos del escenario entra un personaje masculino completamente vestido de negro, con traje. Destaca incluso sobre los uniformes grises de los guardias que lo escoltan. Se hace el silencio y el personaje habla: "Vamos a proceder al sorteo de las víctimas mortales" Se trata de un hombre de edad adulta, casi avanzada, de piel cuarteada y rasgos muy marcados y tenebrosos, cejas abundantes y puntiagudas, adornadas, como los cabellos, con ciertas canas que hacen de su aspecto un personaje tétrico, misterioso y que inspira miedo. De voz grave e imponente. Dicho aquello se apartan unas cortinas al fondo y unos enormes bombos giratorios dejan salir por largos conductos las fatídicas "bolas" de lo que ha anunciado.

La multitud comienza a agitarse y los guardias extreman la vigilancia. El señor de negro comienza a decir números y en la multitud se miran unos a otros, horrorizados mientras comprueban sus números, para ver si coinciden. Poco a poco van subiendo al escenario las personas cuyos números han sido pronunciados. Algunos suben con resignación, otros muy tristes, otros valientes. Se observan escenas muy dramáticas. Observamos como, por ejemplo, los guardias arrebatan a un bebe de los brazos de su madre mientras apalean al padre y al resto de la familia, que intentan evitar que el bebé suba al escenario. Finalmente lo sube un guardia y lo deja en brazos de otro de los elegidos. Se observa como, por ejemplo, un joven agarra del brazo y la mano a su acompañante femenina y le hace señas para indicarle que no mueva un músculo, que posiblemente no se den cuenta, y se observa también, al fondo, a los guardias abriéndose paso entre los demás, a su encuentro. El acompañante besa a la joven y se suelta del brazo y la mano, por su propia voluntad, justo antes de que los guardas lleguen y contemplen en primer plano como no ofrece resistencia alguna aunque ellos si que violentan al joven. Se observa otra escena en la que los guardias tienen que obligar a un anciano a subir al escenario. Escenas todas dramáticas, con gente por el suelo, gente que llora desconsolada, que se aprieta contra si misma, víctimas de ataques de nervios, gritos y más gritos. Golpes, gente que es arrastrada del cabello, gente que se desmaya y gente que simplemente decide no oponer resistencia finalmente y se dirigen al escenario. Una imagen superior nos muestra todo el horror de la escena. Entre plano y plano, el mismo fundido en negro que coíncide con un ensordecimiento o enmudecimiento del cruel sonido, con las mismas letras negras bien repitiendo una y otra vez "En el año 2004 murieron en las carreteras españolas 4.741 personas" o mostrando diversas estadísticas sobre desplazamientos, heridos y muertos en carretera en 2004, o 2005 y años sucesivos.

Cuando en el escenario hay un número de personas que bien podría ser 4.741, acaban de anunciar números. Todo se tranquiliza por momentos, algunos de los que están en el escenario son familias completas, que se abrazan, otros están solos, otros tienen lágrimas en los ojos, otros no. Sólo se oyen sollozos. Entre el resto de personas, algunas ayudan a incorporarse a otras, otras siguen desmayadas, otras simplemente miran al escenario con pena, con horror, con indiferencia. El señor de negro, en el centro del escenario, más adelantado que el resto, se da la vuelta y parece marcharse.

La muchedumbre que queda comienza a mirar a su alrededor y observa como las puertas (que hasta ahora habían pasado desapercibidas) siguen abiertas y la luz de fuera parece entrar por ellas. Comienzan a retirarse, entre despacio y deprisa, como queriendo huir de aquello, ante la atenta mirada de los que han quedado sobre el escenario.

Cuando están apunto de llegar los primeros a las puertas, éstas se cierran violentamente, haciendo gran estruendo, que coincide con uno de los truenos de fuera y los guardas pasan a proteger las salidas, para impedirla. La gente se agolpa y lucha contra los mismos, con poco éxito. No entienden por qué se cierran las puertas. Vuelven los gritos, vuelve el caos.

El señor de negro gira sobre si mismo y anuncia en voz alta pero con calma: "Ahora procederemos al sorteo de los culpables"

Fundido en negro. Letras amarillas. "En muchas ocasiones, la suerte no tiene nada que ver". Negro. Letras amarillas. "Dirección General de Tráfico".

jueves, mayo 15, 2008

La musa triste

Te levantas cada mañana pensando que el día que te espera no puede ser verdad, sino un mal sueño y que el sueño que acabas de abandonar, por malo que parezca, debería ser la realidad.

Por toda vestimenta, llevas siempre la más incómoda, la que menos te apetece, la que adorna más bien tu extraño mundo que a ti mismo, la que nada puede hacer contra cualquier frío, ni contra cualquier calor. Mejor sería ir desnudo, pero no.

Por todo desayuno, un buen puñado de suspiros, con suerte agua caliente y pronto ya un cigarro, o dos. Humo.

Comienzas a odiar a casi todos los que se cruzan en tu mirada. Por arrogantes, por estúpidos, por extraños siempre, por felices, por estúpidos. Por estúpidos.

Llegas a dondequiera que vayas y no te alcanza la voz a decir tu primera mentira, “Buenos días”, sin fuerzas para levantar la vista del suelo que te acompañe.

Intentando solucionar problemas que no te importan, de personas que no conoces y de los cuales hace tiempo que te insensibilizaste, se pasa la mayor parte de tu tiempo. Hora tras hora. Día tras día. Semana tras semana. Mes tras mes. Año tras año. Vida tras vida.

Si tienes suficientes fuerzas e inteligencia, alcanzas a verte desde fuera. Y la piel te la ves como la rama que, de pura sequedad, ha muerto y se quiebra con sólo tocarla. Pareciera que no tuvieras ni una gota de agua, nada limpio. ¿Y para que beber y cuanto?



Alcanzas a verte desde fuera y por todo sabor recuerdas sangre, y las cuentas del mal físico que llevas hace tiempo que fueron perdidas. Y las cuentas del mal espiritual han llegado a cuartearte la comisura de los labios, de los ojos, han llegado a ponerte en carne viva los nudillos. Las manos, para siempre, en los bolsillos.



Encontrándote en lo más profundo recuerdas al crío que una vez fue, que por todo sueño cambiar el mundo podía, que reía y sonreía por y para todos y que a todo lugar llegaba corriendo con el viento. Y lo ves arrinconado al fondo del baúl, abrazado a sus rodillas. De vez en cuando mira hacia la luz y tu no estás.

Y recuerdas como en el mismo baúl están tus mejores deseos, tus mejores momentos, la fuerza del mismo Rey del Universo que un día fue. En el mismo baúl, bajo la losa de siete llaves y otros tantos avernos, está todo lo que siempre quisiste ser. Y que ahí quede, al menos.


Donde quiera que mires ves tus ahogos y tu eterna soledad tan mal acostumbrada, tus nudos en la garganta y que sólo respiras aire caliente. Ves como defraudaste a tus progenitores y a tus amores, ves como nada te importa, amigo, amor de mis amores. Y el lugar donde vives no es para vivir, casi ni para estar, nunca para quedarse. Y siempre, siempre, siempre estás y estarás solo en esa soledad que sabes que sí es para quedarse.

La musa triste, y no hay negro sobre blanco que te sirva para aliviar peso, no hay escritura posible y tu música queda muy, muy lejos. Que ya perdiste el oído de tanto afinar queriendo oír lo que queda de ella en la distancia. Sólo, lejos, sin alas, sin “pies para que os quiero” y con el cobarde deseo de escapar. Siempre escapar.

La musa triste. Sin embargo, algo merece la pena. A veces pasa que, una sola lágrima encierra en sí más belleza y dignidad que todos los océanos de risas y carcajadas.

La musa triste.