Lo curioso del asunto es que la historia sea vigente aún hoy día y que ahora las lecciones de Filosofía Existencial vengan del otro lado del charco. Mandan los americanos.
Hace mucho tiempo, yo todavía era un crío, colgaron una redacción mía sobre la primavera en el tablón de exposiciones de mi colegio. Tengo estudios superiores, licenciatura. Al menos ocho horas al día las paso delante de un teclado, básicamente tecleando. Escribiendo.
Y escribo esto porque después de ver Revolutionary Road es complicado ponerse a escribir sobre ello. Muy complicado. Dos palabras si que me vienen a la cabeza, al menos. FILOSOFÍA (si, con mayúsculas) y Existencial.
Revolutionary Road es una cinta que medita sobre la vida actual (aunque esté ambientada hace unas cinco décadas), sus principios, sus valores, su significado. Dos personas pretendida y forzosamente “especiales” se hacen lentas preguntas sobre lo “irremediablemente vacio” y al final todo acaba en tragedia.
Con la excusa de no saber a que se ha venido aquí, los personajes principales planean una huída (a París, o a donde sea, es lo de menos), no con el propósito de desaparecer, sino al contrario, de aparecer. Entretanto vamos viendo como hay otras muchas cuestiones, bajo esta idea inicial. Uno llega a preguntarse también ¿Por qué no? O ¿Qué pasaría si todos dejáramos nuestras vidas tal y como la conocemos para escapar a París? Posiblemente no tendría tanta gracia.
Pero no seguiré por ahí para no destripar mucho el argumento. La cuestión es que la película acaba aprisionándonos el estómago del alma y lo refleja todo de un modo pausado y hermoso, como no podría ser de otro modo viniendo del director de American Beauty, Sam Mendes. Juro que en algún pasaje me ha parecido que Leonardo Di Caprio era yo mismo, ya ven.
Eso si, Leo y Kate están sobradamente bien. De acuerdo en que no son los grandes actores que había antaño, pero dan de sobra la talla, dando intensidad a los momentos en que era necesaria. Hacen buena pareja, ya lo sabemos todos, y es lo que hay en la industria. Nada que objetarles, al contrario.
Mención especial a Michael Shannon. Su papel de trastornado, a la vez que voz de la conciencia, merece de por si invertir en el film. Así que, entre esto y que es posiblemente de las películas más profundas que haya visto nunca, ustedes dirán.
Lo curioso del asunto es que la historia sea vigente aún hoy día y que ahora las lecciones de Filosofía Existencial vengan del otro lado del charco. Mandan los americanos.
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