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Todos lo saben. Hay dos formas de escapar de éste lugar. Una es simplemente fugarse y pasar el resto de la vida corriendo. Otra es delatar a alguien, pero ésta última opción es firmar tu propia sentencia de muerte, cavar tu tumba, luego echarte tu propia tierra encima y con suerte marcar el lugar con un túmulo o una bonita lápida gris perlada.
Es un círculo vicioso. Los de fuera entran al ser delatados. Los delatados te acaban matando, dentro o fuera de aquí. Los muertos no suelen tener nadie que les tomen venganza, por traidores. La población presidiaria, paradójicamente, se mantiene estable a fuerza de esta sangre.
Lo peor de todo es que la reiteración de aburrimientos y parálisis del tiempo que existe aquí dentro te empuja, tarde o temprano dentro del círculo.
Hay algunas fórmulas para romper el círculo. Una de ellas es delatar, salir de aquí y matar desde fuera al delatado, pero no suele funcionar. A veces le matan a uno primero, incluso al salir de la sala de confesiones y lo peor, sin ponerte en paz con El Altísimo.
Ahora vienen a por mí. ¿Por que? Es una buena pregunta. Quizá por que no me fugué. No tengo ganas de correr.
Aún así he tenido días peores.
Más aburridos.
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