Sólo unos pocos sobrevivieron. Estuvimos con un pié dentro del abismo, al borde de la extinción. Hasta entonces nos creímos superiores pero muy pocos sobrevivieron para contarlo.
La reunión de los hombres los hizo más fuertes, y nuestros métodos de caza quedaron obsoletos muy pronto. Sin darnos cuenta.
Uno sólo de nosotros se bastaba para esquilmar una tribu, una manada, y entre nosotros nos dividíamos los caminos, cada palmo de tierra, cada hombre o mujer. No había reglas más que las de la depredación. Atacábamos en soledad y silencio y la comida abundaba. Controlábamos La Ira.
Hasta entonces acechábamos cerca de cuevas o rios y aprovechábamos la noche, como no podría ser de otro modo. Para cuando echaban en falta a algún miembro ya habían partido y nosotros, tras ellos.
Entonces ocurrió. Aprendieron a dominar la tierra, a alimentarse de ella para siempre, y advirtieron nuestra maléfica y peligrosa presencia. Pasamos de ser cazadores a ser presas. No hay documentos humamos sobre ésta guerra, pero existió. Por supuesto que existió. La escritura humana no tardaría en surgir.
La Raza sufrió un aplastamiento brutal y casi inmediato, sin par en la historia. Ocurrió en todos los lugares a un tiempo, como si una única mente los guiara. Fué el despertar de los humanos. Nosotros quedamos casi extintos, extenuados, desterrados, asesinados a plena luz del día, quemados en la noche.
Nos enseñaron un nuevo miedo y un nuevo dolor, miedo a la soledad, a la muerte si. A la muerte.
Desde entonces tememos a los humanos y ya es tarde para considerarlos nuestros hermanos. Pagamos cara la afrenta. Pagamos caro el saber que no éramos los dueños del planeta. El mismo planeta nos lo recuerda cada día con el único ojo del que llamásteis Dios Sol.
Pero sin saberlo, los humanos nos dieron una segunda oportunidad: Las Ciudades. Una gran enseñanza: Los Clanes. Una habilidad: La ocultación. Un miedo: La extinción.
Fué la primera Gran Guerra. Hubo algunas más.
Bienvenidos a Las historias de La Raza.
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