Hace tiempo, cuando leí la novela de Orwell, siempre pensé que tarde o temprano ese fantástico hecho de vigilancia continua se llevaría a la realidad. Pero hoy me quedo sorprendido cuando leo en el diario El país que Microsoft está barajando crear un sistema de control de los empleados en el que mediante unos sensores puedan controlar no sólo las horas que estás en tu puesto, sino tu ritmo cardiaco, la respuesta galvánica de la piel, la electromiografía, las expresiones faciales y la presión sanguínea.
Miedo me da este recorte continuo de libertades. Es obvio que un sistema sin un mínimo control implosiona, pero no es menos cierto que el abuso del poder conlleva a una sensación de angustia que puede acabar con la productividad laboral. Absurdo es que Microsoft opte por un sistema tan arcaico y rehúya de todas las teorías que apuestan por la confianza como principio rector de las relaciones laborales.
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